Rápido, más rápido


Una de las claves del mundo que se inició con la Revolución Industrial fue la de crear el concepto de la velocidad. Ese concepto, que a los futuristas les parecía esencial y el más definitorio de la sociedad en la que vivían, ha ido cobrando cada vez más importancia, conforme los cambios tecnológicos se van acumulando. La aldea global, Internet, la comunicación instantánea, las líneas de bajo coste... las revoluciones tecnológicas han continuado dando la sensación de que no hay freno, de que todo puede ser más rápido, que las distancias físicas y el tiempo no deben de representar un problema y que cada vez todo es más posible, no ya en el transcurso de una vida, sino en el lapso de unos días. El problema es que poco a poco, el ritmo de esta aceleración parece estar cobrándose también sus víctimas. El consumo energético en la década de los noventa se disparó y ha aumentado aún más en esta década a punto de acabar. En 2006 la comunidad científica afirmaba que el ártico desaparecería en 2040. Sólo dos años más tarde y en una dramática revisión de esta catástrofe, la desaparición de una región que ha existido durante millones de años tendría lugar en menos de diez años. La primera crisis alimenticia global del siglo XXI ha mostrado su peor cara este año, lo que ha acelerado la primera crisis económica de la era Internet.
Queramos o no, el mundo se ha acelerado. Cosas que antes tardaban décadas en desarrollarse, ahora pueden producirse en muy pocos meses. De igual manera, las ideas se propagan en cuestión de minutos, tal y como lo hacen los alimentos, las transacciones bancarias o un simple virus (informático o biológico).
¿Qué puede hacer el animador, inmerso y parte de este cambio? No se trata de optar por una solución utópica de rechazar el cambio tecnológico, que tanto ha modificado y favorecido a nuestra profesión, sino más bien de una posición moral. Tenemos el poder de crear imágenes en movimiento a partir de la nada, a diferencia de otros sectores audiovisuales, que sólo pueden capturar la realidad o recrearla desde la propia realidad. El poder de la animación es la de estimular la imaginación desde la imaginación. Es por ello que durante siglos se nos ha despreciado como un medio para los niños, por el intenso atractivo que ejercemos a la imaginación. Lo triste es que no se use ese poder para despertar ideas, para transmitir conocimientos, para remover consciencias.
Usemos ese poder antes de que ya sea demasiado tarde y demasiadas cosas ya no existan como para poder luchar por ellas. Está entre nuestras manos.

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